El cambio de paradigma económico: de la intervención al libre mercado (1973-1992)

La crisis de los años 70 y el fin de la era keynesiana

El presupuesto de los países desarrollados arrojaba en 1973, por media, un déficit muy reducido. La segunda mitad de la década se caracterizó también por políticas monetarias mixtas. Los sindicatos siguieron negociando salarios que implicaban recuperar con creces la inflación sufrida. La causa fundamental de esta situación de estancamiento con paro creciente se debió al tipo de política económica acomodante descrito. Posiblemente el coste político de esta estrategia y la incapacidad inicial para hacer frente a una situación desconocida, explican la política económica acomodante.

La constatación de que la inflación y los crecientes déficit eran problemas de primera magnitud hizo que, pese a la caída de la actividad y el aumento del desempleo, no se implementaran políticas de demanda activas orientadas a mejorar la productividad, lo que reforzó los efectos negativos sobre la renta real y el empleo.

Cuando en 1979 se produjo una segunda subida del precio del crudo, la lección estaba aprendida y la reacción de los gobiernos de los países desarrollados fue muy distinta. Los resultados económicos de las políticas adaptativas descritas condujeron a que tanto las autoridades como los agentes económicos perdieran confianza en la capacidad del sector público para influir eficazmente sobre el crecimiento de las economías y el control de la inflación y los déficit presupuestarios.

Existían motivos razonables para la desconfianza:

  1. Un gasto público que se aproxima al 50% del PIB exigía impuestos elevados que la población empezaba a considerar excesivos a medida que los beneficios sociales crecían más lentamente y los niveles de renta familiar eran mayores.
  2. El cambio que supuso el inicio de la crisis y la caída del ritmo de expansión de la actividad, la detracción de recursos con las necesidades de financiación del sector privado y los crecientes tipos de interés aumentaban significativamente el coste de la deuda.
  3. La brutal distorsión de los precios relativos provocada por el encarecimiento del crudo, solo podía ser absorbida por mercados muy flexibles.

El análisis económico había aportado abundante evidencia de que el grado de sustituibilidad entre la inflación y el paro era mucho más débil del detectado en las décadas precedentes, por lo que las políticas discrecionales de demanda tenían efectos muy limitados, cuando no negativos, sobre el crecimiento y el empleo de equilibrio a largo plazo y no se podía, por tanto, a cambio de una cierta inflación, mejorar los niveles de empleo.

El auge del neoliberalismo: la nueva ortodoxia económica

Frente a la política económica activa y discrecional de las décadas de 1950 y 1960, y la acomodante de la década de 1970, la nueva ortodoxia se apoyaba en dos pilares:

  1. Las políticas de demanda debían perseguir como objetivo fundamental la estabilidad.
  2. La influencia del sector público en los procesos de asignación de recursos debía instrumentarse mediante un adecuado sistema de incentivos y no por medio de la intervención directa en los procesos productivos.

Lo primero implicaría cambios importantes en el diseño de las políticas monetaria y fiscal y lo segundo tendría su reflejo en los procesos de privatización, liberación y cambio regulatorio.

La nueva orientación de las políticas de demanda

El cambio más sustantivo del período tuvo lugar en el ámbito de la política monetaria cuyo objetivo principal, sino único, pasó a ser el control de la inflación, lo que entrañó una regla que rezaba que los bancos centrales debían aumentar la liquidez a una tasa que fuera la suma del ritmo de crecimiento real del PIB y de la tasa de inflación deseable, lo que implicaba subidas (bajadas) del tipo de interés de la intervención si la liquidez crecía más deprisa (despacio) que el objetivo.

La nueva estrategia reglada tuvo inicialmente un éxito moderado en términos de inflación. En Europa occidental la inflación se mantuvo en dos dígitos hasta 1982, en Estados Unidos la inflación flexionó más rápidamente en torno a los 3 pp por debajo de la europea; y en Japón cayó hasta situarse en el 2% al final del período. El precio del crudo, tras alcanzar un máximo de 36 dólares por barril, cayó hasta los 11 dólares en 1986, los precios de las materias primas disminuyeron y los sindicatos europeos, afectados por el fuerte repunte del paro, comenzaron a negociar subidas salariales más acordes con la coyuntura. Y tampoco es ajeno al resultado el hecho de que la internacionalización de los mercados financieros y de divisas castigara severamente a los países que no aplicaban políticas ortodoxas.

El cambio esencial en la fiscalidad fue la tendencia a dar mayor peso a la eficiencia frente a la equidad basada en un fuerte peso de los impuestos directos con escalas progresivas. Esto se tradujo en reformas fiscales basadas en tres principios: reducir los incentivos perversos de la imposición directa anterior, potenciar el principio de equidad horizontal -en detrimento de la vertical- y simplificar administrativamente el impuesto.

Pese a que las reformas extensivas de la imposición perseguían entre sus objetivos reducir la presión fiscal, el resultado global fue un aumento de la misma en casi todos los países de la OCDE. Estas reformas eliminaron ciertas distorsiones y mejoraron el trato entre iguales, pero al coste de disminuir el carácter redistribuidor de la imposición directa, lo que implicó que la redistribución de la renta pasase a depender casi exclusivamente de los programas de gasto. Esto plantea serios problemas sobre el futuro del Estado del bienestar.

Las políticas estructurales de oferta

El nuevo papel asignado a las políticas de demanda de velar por el mantenimiento de las condiciones de la estabilidad globales que facilitasen la adaptación de las economías a coyunturas más lábiles. Son los factores que se encuentran tras la drástica revisión de las políticas públicas regulatorias y de asignación de recursos que se produjo en la década de 1980.

La idea central consistía en reducir la excesiva intervención y regulación características de décadas anteriores, lo que se plasmó en la aceptación generalizada del principio de subsidiariedad: el sector público solo debe hacer aquello que demuestre hacer mejor que la iniciativa privada.

La primera plasmación práctica de este principio fue el proceso de liberación de mercados. La reducción de barreras arancelarias y otros obstáculos al comercio mundial. Los avances en la construcción de áreas supracionales como la UE, las reformas de los mercados de trabajo, la liberación de los mercados de capitales y de divisas son ejemplos significativos de este proceso.

El segundo efecto fue el cambio en las políticas regulatorias.

El tercer resultado de las nuevas políticas de oferta fue el intenso proceso de privatización de empresas públicas que condujo en Europa occidental a la desaparición de las compañías aéreas de bandera, de los monopolios públicos de telecomunicaciones y electricidad y, en algunos casos, de correos y transporte urbano; al práctico abandono de la iniciativa pública en sectores industriales; a regímenes de producción y a la externalización de diversos servicios públicos.

Por último, los procesos de concentración empresarial y multinacionalización hicieron a las autoridades económicas más conscientes de los peligros del ejercicio de poder del mercado.

Un mundo geográficamente heterogéneo

Asia es la única zona del mundo que en 1973-1992 presenta ritmos de crecimiento del PIB, del PIB por habitante y de la productividad del trabajo mayores que en las décadas doradas. Una parte de estos resultados se debe a los bajos niveles de productividad que permitieron mejoras relativas a la misma. Tras este comportamiento de las economías asiáticas existen factores institucionales, políticos y económicos diferenciales (educación, desarrollo del mercado, etc.).

Los «dragones» siguieron políticas orientadas a la exportación con un fuerte componente de apoyo público, y ampliaron políticas macroeconómicas bastante ortodoxas.

Este modelo de crecimiento requiere fuertes inversiones iniciales que, en países con escasa capacidad de ahorro, exige recurrir al endeudamiento externo.

América Latina presentó resultados mucho más pobres. La crisis de 1973 benefició inicialmente a los países exportadores de petróleo, principalmente México y Colombia. Esto trajo consigo fuertes desequilibrios externos financiados con capital extranjero proveniente de bancos privados, lo que septuplicó la deuda externa.

Los peores resultados, con una reducción del PIB total por habitante, se obtuvieron en el mundo soviético, cuyo sistema colapsó, desapareciendo con la extinción de la URSS en diciembre de 1991.

Por una parte, el alto gasto militar en la URSS; por otra, la insuficiencia de la producción agrícola y el retraso tecnológico precipitaron el colapso del sistema. En 1989 aparecieron sentimientos nacionalistas antes reprimidos, lo que condujo en los países en que se permitieron partidos políticos y elecciones a la derrota de los líderes comunistas y terminó con la caída del muro de Berlín a finales de 1989.

Las dictaduras comunistas habían saltado por los aires y se iniciaba una transición desde economías rígidamente planificadas hacia economías de mercado que, en la década final de 1973 y 1979, entraron en una senda de clara recuperación.

El año 1990 marca así un cambio de ciclo en las economías más avanzadas en el que destacan tres elementos:

  1. La reunificación alemana.
  2. El conflicto del Golfo Pérsico.
  3. La aparición de problemas en los sistemas bancarios estadounidense y japonés.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *