Liberalización, Apertura al Exterior e Integración Económica
En la década de 1960, el éxito del Plan de Estabilización en España se fundamentó en la reintegración de la economía en el ámbito internacional, estableciendo las bases para un nuevo modelo de crecimiento.
La apertura comercial, iniciada en 1959, liberó gradualmente el comercio exterior al reemplazar el control directo de importaciones por aranceles, permitiendo a los agentes económicos decidir qué importar. Este proceso, destacado por el «comercio liberalizado», alcanzó el 80% de las importaciones en 1973, siendo el Acuerdo Comercial Preferencial con la Comunidad Económica Europea en 1970 crucial para eliminar restricciones cuantitativas y reducir barreras arancelarias.
La apertura financiera, más radical desde 1959, eliminó restricciones y fomentó la libertad total de inversiones, repatriación de capitales y otorgó igualdad a inversores extranjeros. Esta liberalización buscaba atraer inversión extranjera para equilibrar la economía y superar el rezago tecnológico.
Estas medidas generaron un ciclo positivo de crecimiento al aumentar las importaciones, impulsar el crecimiento económico y facilitar la entrada de divisas. Sin embargo, este círculo virtuoso se vio afectado por el shock del petróleo en 1973, que provocó un brusco aumento en las importaciones y desequilibrios en la balanza de pagos.
Entre 1960 y 1973, las importaciones se sextuplicaron, las exportaciones se cuadriplicaron, manteniendo un desequilibrio estructural en la balanza comercial. La compensación provino de diversas fuentes:
- Remesas de emigrantes
- Turismo
- Inversión extranjera
La emigración masiva, principalmente a países europeos, evitó problemas de desempleo y las remesas contribuyeron significativamente a los ingresos de España, cubriendo cerca del 25% del déficit de la balanza de mercancías.
El turismo desempeñó un papel crucial, multiplicándose por diez durante este período. Los ingresos turísticos financiaron el 35% de las importaciones y más del 75% del déficit comercial, convirtiéndose en un pilar esencial de la capacidad exportadora de la economía española.
Además, la inversión extranjera a largo plazo, predominantemente en forma de inversiones privadas, contribuyó significativamente al proceso de capitalización económica, representando más del 20% de la inversión bruta industrial. Las remesas, el turismo y la inversión extranjera fueron fundamentales para el éxito del Plan de Estabilización y permitieron a España mantener un equilibrio en la balanza de pagos, incluso ante la crisis del petróleo de 1973-1974. Estos recursos proporcionaron al país un colchón de solvencia financiera, posponiendo la necesidad de aplicar medidas de ajuste durante algún tiempo.
Las Políticas de Ajuste y los Pactos Sociales
En 1977, ante la necesidad de abordar desequilibrios económicos, se implementaron los «Pactos de la Moncloa». Estos consistieron en un pacto social entre todos los partidos parlamentarios para distribuir equitativamente los sacrificios requeridos por la situación económica. Se centraron en una política de ajuste antiinflacionista, con medidas como la contención de aumentos salariales y el enfrenamiento al desequilibrio externo mediante una devaluación seguida de la flotación del tipo de cambio.
Más allá del ajuste, los pactos representaron una política de reforma, destacando la reforma fiscal conocida como la reforma de Fernández Ordóñez. Esta reforma se centró en modernizar el sistema impositivo, basándose en… La reforma buscó una distribución más equitativa de la carga tributaria y aumentó la presión fiscal.
Se emprendieron políticas estructurales en áreas como energía, vivienda y el sector empresarial público. Destacó la liberalización del sistema financiero, permitiendo la entrada de bancos extranjeros y la fijación libre de tipos de interés.
Aunque los Pactos de la Moncloa tuvieron cierta eficacia para detener la escalada de precios y corregir desequilibrios externos a corto plazo, el segundo shock del petróleo en 1979 anuló estos progresos. La política económica quedó rezagada durante la transición política, y cuando el PSOE llegó al poder en 1982, tuvo que aplicar medidas similares a las de 1977 para abordar nuevamente los desequilibrios macroeconómicos.
Los Efectos Reales de la Integración
La adhesión de España a la CEE tuvo un impacto importante en el comercio exterior, ya que implicó una liberalización comercial radical, convirtiendo a España en una economía abierta. Esta liberalización no fue instantánea y se estableció un período de siete años para el desarme arancelario. La integración aumentó la participación de importaciones comunitarias en la demanda interna.
La CEE se volvió un socio comercial dominante para España. Sin embargo, esta apertura también condujo a un déficit comercial significativo, que representó un desafío económico. Además, la adhesión a la CEE atrajo una gran inversión extranjera, especialmente en el sector industrial, lo que impulsó la modernización y eficiencia de la industria española. Asimismo, España recibió una importante ayuda financiera de la UE, que se destinó en gran parte a la agricultura y a la financiación de infraestructuras.
La Inflación Persistente en España
La inflación persistente España, denominada “inflación dual” se atribuyó a la falta de competencia en sectores no expuestos a la competencia exterior. Las políticas fiscales expansivas y altos déficits públicos generaron tensiones inflacionarias. La pertenencia al Sistema Monetario Europeo (SME) resultó en una moneda con cambio casi fijo, pero con inflación más alta que otros países afectando la competitividad. Esto condujo a una apreciación continua de la peseta y a una pérdida de competitividad, desencadenando una recesión económica. El exceso de gasto público generó “déficits gemelos” y la sostenibilidad se volvió problemática, con una posible restricción externa al crecimiento.
La crisis financiera de 1992-1993 puso en entredicho el proyecto de una moneda única europea. Los referendos de Maastricht en Dinamarca y Francia generaron incertidumbre sobre la voluntad de Europa de crearla. Esto afectó la confianza de los inversores, llevándolos a cambiar sus expectativas.
Los Efectos Nominales de la Integración
En el periodo previo, la entrada de España en la CEE tuvo un impacto inmediato en su economía real, siendo menos perceptibles los efectos en variables nominales a corto plazo. Sin embargo, la crisis de confianza en la viabilidad del proyecto europeo y la política de desinflación competitiva provocaron una aguda crisis económica.
La superación de esta crisis vino con la convergencia nominal y la adopción de la moneda única. La unión monetaria, junto con la incorporación de la peseta al Sistema Monetario Europeo en 1989, buscaba forzar la convergencia nominal mediante un tipo de cambio cuasi fijo. A pesar de ello, la falta de instituciones estabilizadoras efectivas llevó a España a un compromiso externo sin conciencia de sus implicaciones. La pertenencia al SME planteó desafíos, como el problema de las relaciones financieras exteriores.
La Crisis del Sistema Monetario Europeo
Se evidenció que los países europeos no estaban convergiendo, sino divergiendo. La confianza en las paridades del Sistema Monetario Europeo se desplomó y los inversores vendieron activos de monedas sobrevaluadas, como la peseta. Hubo múltiples devaluaciones de la peseta para evitar un colapso total del sistema.
La caída de la peseta ayudó a restaurar el equilibrio externo al impulsar exportaciones y reducir importaciones. Sin embargo, se aprendió que mantener grandes déficits públicos por cuenta corriente no era compatible con un sistema de estabilidad cambiaria. Para unirse a la moneda única, España debía reducir el déficit público y contener el gasto. Tras unirse al euro, las autoridades españolas y la opinión pública olvidaron las lecciones de la crisis de 1992-1993, lo que podría llevar a cometer los mismos errores en el futuro.